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La pepona es plagueona, que quiere decir que putea contra todo, por las dudas. Este blog peroncho es corregible, es agnóstico, hasta que Dios quiera. Nada kirchneroso. Gorilas también pueden hablar, pero en su medida y armoniosamente. Gente que mira 6, 7, 8 está discriminada, prohibida y excluida por la Pepona porque se argela. Los que leen a Verbitsky, lejos de la Pepona. Si alguno todavía lee a Perón, que ayude. Que el Gauchito Gil que era colorado y peronista anticipado, se ocupe de que tengamos un 2011 no del todo pa´l carajo.

Recordando el monte desamparo.-



En el oeste formoseño,  antes de antes,  antes antes,  estaban los indios que siempre estuvieron, desde el principio del tiempo. Entonces no se decía "los hermanos aborígenes", ni los indígenas,  ni los pueblos originarios, los no indios les decíamos a los indios "indios",  y los separábamos de nosotros, los no indios,  llamándonos a nosotros "cristianos",  aunque nunca pisáramos una iglesia y festejáramos la Navidad tomando mucha sidra y comiendo mucho de todo. Los indios me parece que se decían a sí mismos "la gente",  en su lengua, ya fuera wichí,  toba o pilagá.  A los no indios no sé cómo nos llamarían. Siempre tuve curiosidad por eso. Eso de las historietas de "carapálida" con seguridad no era,  porque los no indios somos más bien colorados,  más cuando hay sol,  medio morados,  y los criollos son más oscuros que los indígenas.
 Bueno, les cuento que había venido  una doctora,  médica ella, que se llamaba Mireya Capmani Puccio, o algo así,  muy gringo el apellido de la doctorita.  Ella fue a trabajar al oeste con los indios, y escribió "Cuentos del Monte Desamparo". Eran los fines de la década del 60, principios de la década del 70.
¿ Alguien se acordará de la doctorcita? ¿Algún tatú? ¿Algún quebracho?.¿Qué habrá sido de ella? ¿Vivirá aún en algún lugarcito del mundo?
Somos un poco desmemoriados.
A la doctorcita la echó de su puesto el gobernador de entonces porque ella escribía muy bien,  y sus poemas y su prosa eran como el aguijón de un cabichuí. Y el gobernador de entonces no se lo bancó.  Sé que después se arripintió,  cuando él llegó a  viejo.  Pero no la pudo encontrar a la doctorcita para pedirle perdón. De viejo, el entonces gobernador que no era de acá,  que era muy leído y muy viajado,  se dio cuenta de que era  soberbio.
Uy... Nos pasa lo mismo,  y, para peor,  sin ser muy leídos ni muy viajados.
Después de la doctora Mireya, como todo tiene compensación, llegó el padre Francisco y un equipo lindo: un muchacho uruguayo re buen mozo, una médica dulce, casados ellos,  tuvieron dos nenas rubias como el sol, más dos monjitas españolas de hablar cantarino.  Se metieron en el monte,  vivieron con y como los hermanos aborígenes. Trabajaron en el monte,  enseñaron en su escuelita,  curaron en su sala,  educaron,  vivieron todas las cosas lindas y feroces del monte.  Escapaban al bordo con la gente cuando venía el agua.  Se alumbraban con faroles, Cocinaban en el fogón en el suelo. Barrían su piso de tierra,  pintaban con cal sus paredes de barro.Guardaban el agua en el cántaro.  Se enfermaban y se curaban,  se entristecían y se alegraban. Oraban a la mañana al lado del bracero en el invierno.  Un picaflor los venía a visitar.  Entonces las indias todavía andaban con una tela tejida que se cruzaban por debajo de los senos desnudos. Colgaban de sus cuellos los tejidos de telar donde llevaban al hijito,  siempre protegido.
Enseñaron y dieron todo de sí,  entregaron sus cuerpos y sus almas.  Quizás la vida haya separado por un tiempo a aquél equipo.  Pero lo que hicieron,  ha de estar en alguna parte,  en algún mundo inmaterial,  donde se quedan las cosas buenas y bellas. Que las ideologías no nos separen.  Que sepamos comprendernos, que no nos quede a los formoseños otra persona buena perdida para siempre en el monte desamparo.

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