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La pepona es plagueona, que quiere decir que putea contra todo, por las dudas. Este blog peroncho es corregible, es agnóstico, hasta que Dios quiera. Nada kirchneroso. Gorilas también pueden hablar, pero en su medida y armoniosamente. Gente que mira 6, 7, 8 está discriminada, prohibida y excluida por la Pepona porque se argela. Los que leen a Verbitsky, lejos de la Pepona. Si alguno todavía lee a Perón, que ayude. Que el Gauchito Gil que era colorado y peronista anticipado, se ocupe de que tengamos un 2011 no del todo pa´l carajo.

¿ QUE ES HOY LA SEMANA SANTA ?

Yo me acuerdo mi infancia de Pepona durante la Semana Santa.  Mi mamá bajo la rigurosa supervisión de mi abuela no nos dejaba correr,  ni saltar,  ni prender la radio porque tele no se había inventado, y menos cantar.   Había que rezar,  hacer examen de conciencia, pedir perdón por los pecados,  que en la infancia no pasaban de "malos pensamientos". Como querer matar al hermanito recién nacido y otros detalles menores como casarse con el papá.  También que una se muriera "redepente" como dijera Catita,  y todas las vecinitas amiguitas malvadas que nos hacían rabiar, lloraran arrependitas ante el ataud blanco rodeado de florcitas, y ante la carroza tirada por seis caballos negros ataviados con plumas en la cabeza,  como se usaban los entierros en la época.  Esos eran los malos pensamientos que se tenían,  y nunca supe por qué los curas de aquélla época,  cual inquisidores,  escarbaban preguntando "si una se tocaba las partes".  Y una, decía que sí.
Una decía que sí pensando que cuando se peinaba se tocaba la cabeza,  cuando se ponía la bombacha de franela cosida por la mamá se tocaba la cola,  cuando se ponía las medias tejidas por la abuela se tocaba los pies.  Entonces el cura hablaba de cosas incomprensibles,  bueno,  para una nena,  mientras acariciaba los muslos un poco fuerte,  dolía y todo, y una creías que era por la penitencia. Cosas raras. Los caminos de Dios son incomprensibles.
El buen  Dios será otra cosa,  me imagino ahora.
Pero la Semana Santa tenía un espíritu,  no tan festivo ni brillante como la Navidad, con la que soñabamos todo el año las nenas peponas de esa época.  Pero la Semana Santa tenía su encanto.  La abuela cocinaba decenas de huevos duros,  y la mamá nos ponía a todos a pintarlos. Primero se los ponía en jugo de remolacha para que quedaran rojos.  Después se agarraban palomitas de maíz,  fideítos de colores, granitos de arroz,  florcitas de azúcar,  corazoncitos hechos de caramelo,  y se los adornaba.  Los huevitos se escondían y el Domingo de Pascua había que salir a buscarlos y a comerlos. Se decía que los ponía la Liebre.
Por eso en la escuela me costó aprender que la liebre es un mamífero y no un pájaro,  ya que ponía huevos.
Bueno,  el jolgorio era el Domingo. El Sábado de Gloria todavía había que hacer silencio y no comer carne,
como el jueves y el viernes y todos los viernes de la Cuaresma.  Me olvidé del Domingo de Ramos,  antes de la Semana Santa.  Era un día de festejo.  Ibamos corriendo a misa. En mi casa había un olivo,  así que con mi mamá y mi abuela preparábamos ramitos de olivo,  atados con una cintita y un moñito lindo para regalar a todos los vecinos que infaltable venían a buscar el ramito.
De grande descubrí qué significaba. Pero era lindo ir a la iglesia y escuchar la aburrida misa que en ese tiempo,  antes del Concilio de l968,  era toda en latín,  pero terminaba alegremente con la bendición de los ramos.  Era como un final perdonador.  Porque en aquella lejana época el cura en las misas se subía por una escalerita caracol hasta un púlpito o balconito coqueto y de allí arriba retaba a toda la gente,  a veces con nombre y apellido y todo,  por ejemplo "a la viuda de una esquina que recibía hombres al anochecer",  a al "dueño del bar que dejaba que los hombres del pueblo tomaran demasiado y salieran con ciertas jóvenes ligeras de ropas".  Por supuesto,  todo el pueblo escuchaba en la misa,  que era obligatorias,  y esas cosas, el cura las decía en castellano,  cierto que con un tono medio italiano,  porque los curas eran casi todos italianos, pero para retar se hacían entender.  Además sabían todos los secretos de pueblo,  porque todas las señoras decentes largaban vida y milagros de todos en la confesión.  Las mujeres se confesaban todas, los hombres, muy pocos.  Mi viejo,  cometía el perjurio de sostener que el poder de los curas estaba en el conocimiento que tenían de los secretos del pueblo.  Si viviera hoy,  dirían que eran como la SIDE.  Pero el viejo nos decía que las mujeres teníamos que ir a misa,  pero no quedarnos mucho en la Iglesia,  porque los curas eran hombres,  y para peor no se casaban .  Claro está, mi viejo era ateo pero no estúpido.
Todo ha cambiado.  No sé si para bien o para mal.  Pero la fe en un Dios, como se llama,  da fuerzas.  Fíjense sino en los japoneses,  serán budistas,  serán sintoístas,  vaya uno a saber,  pero sin Dios,  no aguantan un maremoto, 2.536 temblores, y que las mamás tengan su leche para sus niños,  en sus propios senos, llenas de radiactividad.  Ante eso:  hay dos reacciones:  decir que no hay Dios y que nada tiene sentido,  decir que Dios juega a los dados con el Universo,  o decir que hay un sentido que nosotros no conocemos.
En este Viernes Santo,  con tantos enfermos de cáncer,  con tantos chicos con hambre,  con tantos hijos de puta de que lucran con la necesidad, ante un Pozo del Tigre,  pueblo formoseño,  todavía esperando que los empresaros arreglen sus curros para que empiecen las obras,  con los que se afanan los colchones para repartirlos antes de las elecciones,  con tantos necesitados humillados y aprovechados,  es preferible creer que hay un Dios y un sentido de la vida,  aunque nosotros,  pobre mortales, infelices ignorantes, no lo descubramos.
Vayamos a bailar a Misión San Francisco de Laishí,  de todos modos el cura santo, el padre Giuliani, no nos ve,  el pobrecito de Asís, menos todavía,  y aturdánomos bien,  para no pensar.

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