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La pepona es plagueona, que quiere decir que putea contra todo, por las dudas. Este blog peroncho es corregible, es agnóstico, hasta que Dios quiera. Nada kirchneroso. Gorilas también pueden hablar, pero en su medida y armoniosamente. Gente que mira 6, 7, 8 está discriminada, prohibida y excluida por la Pepona porque se argela. Los que leen a Verbitsky, lejos de la Pepona. Si alguno todavía lee a Perón, que ayude. Que el Gauchito Gil que era colorado y peronista anticipado, se ocupe de que tengamos un 2011 no del todo pa´l carajo.

Nuestros wichí y el famoso Padre

RECUERDOS DEL MONTE OLVIDADO 





  Corrían,  o más bien se arrastraban,  los años 70, durante los milicos.  La democracia, ni soñando todavía.
    Me dijeron que dentro del monte, al oeste, cerca de Salta pero en el oeste de Formosa,  había un grupo de indígenas wichí que con un cura,  un par de monjas españolas,  un matrimonio de un uruguayo y una médica argentina,  habían organizado un aserradero,  una escuela,  un taller de costura,  una sala de salud,  que tenían su cacique y todo.  En la edad del romanticismo,  me tomé el tren que en ese entonces existía para el oeste, y después llegué como pude a la comunidad,  donde me dieron cordialmente albergue,  con un poco de preocupación porque mis aspecto redondo les habrá hecho pensar con qué la alimentamos a esta pepona.
   Pero la bondad y la cordialidad estaba en todas partes,  en la tierra blancuzca y seca que se levantaba en remolinitos que se metía en los ojos y los hacía inflamar tipo conjuntivitis incurable,  en los espinillos hirsutos, en una charca de agua inmunda, muy valorada porque decían que era su “acondicionador de aire”  de donde sacaban agua y la “curaban” con hervor y lavandina y la guardaban en cántaros de donde iban sacándola con un tarrito. En las máquinas del aserradero donde, mas el cura y el uruguayito joven que los indígenas,  hacían durmientes de quebracho blanco que les debía comprar el ferrocarril.  En la salita pobre con pocos remedios y mucha paciencia y montones de consuelo. En las dos o tres máquinas de coser telitas.  Las indígenas entonces se ponían una telita por debajo de los senos, y nada más. Andaban con sus niños colgando de una tela que se ataban al cuello, y el bebé por delante. Cargaban leña. Iban muy lejos a buscar el yaguar, esa planta que es parecida al caraguatá, y a la que sacan los hilitos de las hojas, y los dejan secar, y los tiñen con algarroba y otras plantas, y después hacen sus telitas, o sus yicas para ellas y sus hombres o para vender,  lo que los criollos dicen artesanías y no valoran.  Pero si tuvieran que hacer ese camino para traer las plantas …dirían que son obras artísticas de la Marta Minujín. A los hilitos los frotan sobre el muslo antes de colgarlos a secar. Para tejerlos se enganchaban un hilo del dedo gordo,  es como un telar humano. Los dibujos que les hacen no son cualquier cosa, todos tienen un sentido,  la pisada de un animal o del otro bicho,  por ejemplo.
Además tienen que pedir permiso para todo, no a ninguna persona,  sino a seres divinos que están en el monte o en el río.  Los indios varones también piden permiso para ir a buscar la iguana, o a derribar  panales, y por supuesto a pescar,  que es lo más importante.
    Yo vivía metiendo la pata.  Metía el jarrito en el agua del cántaro, tomaba directamente,  y lo volvía a meter en el cántaro.  Todo arruinado, contaminado. Que bestia.
   Después andaba con el mate sin saber dónde tirar la yerba, y no me animaba a preguntar y… se tiraba en el mismo fogón del suelo.

   La doctorcita tenía frío porque era invierno,  entonces iba con su brasero de lata arrastrándolo por todos lados.  Se enfermó de muchas cosas. Era buena, rubia, linda, suave,  hablaba bajito, parecía un hada. Eso sí, un hada que fumaba y se lo pasaba diciendo que iba a dejar de fumar.
Los paisanos, o sea, los indígenas,  eran de la familia.  El aborigen Miguel, según decía una monjita,  era como un algarrobo,  porque estaba en todos lados, para lo que se necesitara.  Y sabía manejar el tractor.  Otro era Isaías, el paisano que andaba con una máquina de sacar fotos y documentaba todo.  Le llamaban “el fotero”.  Era otro mundo.  Era la Utopía de Santo Tomas Moro.  Yo había encontrado mi utopía.
   A la mañana se reunían alrededor del brasero y hacían una especie de oración espontánea sobre el día que empezaba.  Yo me emocionaba como una pepona burguesa, y el cura creía que lagrimeaba por el humo del brasero y se lo pasaba cambiándolo de lugar.
   Un día vino una inundación que se llevó todo el Potrillo,  todito.  Se fue la utopía, con el agua,  la indiferencia de los buenos ciudadanos, y el “mejor no quiero enterarme de esas cosas”.
   Hoy todo es distinto,  desde que vinieron por el petróleo de Palmar Largo, ahí cerquita.  Hay camino en lugar de picadas,  hay negocios,  hay vehículo. Con la reciente política de los subsidios los indígenas son buscados por el voto y por la tarjetita de plástico,  porque la mayoría no sabe usar.  Tienen celular, visten de colores brillantes y las mujeres se cubren,  les gustan las telas coloridas de los comerciantes que llegan de Bolivia.  Hay escuelas muy grandes,  salas de salud enorme.  Lo que no sé,  es si alguien se ocupa de los aborígenes como personas humanas,  conoce su nombre,  si algún profesional los quiere.
   El cura no les impuso nunca la religión,  respetaba y aprendía él las creencias de los indígenas.  Cuando le pedían un bautismo o una misa,  ahí sí lo hacía.
   Pasaron muchos religiosos por ahí, de otros cultos, los primeros fueron los anglicanos que dejaron la biblia traducida al wichí.
   Pero cada vez que se iban,  dejaban un desconsuelo.
   Este cura del que yo les cuento,  que tiene mucho de bueno y la proporción exacta de quizás no tan bueno, porque no se puede entregar una vida sin que queden cicatrices,  tiene la peculiaridad de que él no se va. El se queda,  para bien o para mal.  El está.  Ya es parte del monte. Es un pedazo de Formosa.
   Quedó,  a través de las décadas,  este padre Francisco,  una utopía viviente, algo avejentado pero irremediablemente un santo Tomás Moro peleando contra la pobreza que, él lo sabe bien,  es mala.



2 comentarios:

  1. Yo hasta hace no mucho tiempo no sabía nada de este gentil hombre, pero escuchando un oyente en un programa de radio que, obviamente con intenciones políticas, quería defenestrarlo, empecé a tener curiosidad. Este oyente cuestionaba el accionar del Padre porque nació en cuna de oro y provenía de una clase más que acomodada... entonces me dije gracias a este oyente malintencionado... "vaya tipo este cura que renunció a todo lo que tenía para dedicar su vida al servicio de nuestros hermanos aborígenes de nuestra querida Provincia". Eso en primer término es vocación... y en segundo término es política señores funcionarios y dirigentes.. a ver si no pocos funcionarios por no decir casi todos aprehenden un poco de el. Un fuerte abrazo. Excelente Blog!

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  2. Ansina no má es, Don Miguel.La mayoría se rasca pa dentro,no como el cura ese que siempre se rascó pa fuera,
    o ni se rascó porque parece que salió bañao del monte. Eso me hace acordar lo que cuentan los hijos de Don Cosme, que
    era de esos turcos guenasos,generosos,que tenía un cargo alto en la época de Perón. Dicen que los compañeros le
    pedían : "Yo no quiero que me ¨dea¨ nada, don Cosme, solamente le pido que me ponga donde ¨haiga¨ "
    Pero todavía hay gente buena hasta en la política, vea, más raros que perro verde, pero hay.
    Ademá, hay que meterse, la pepona plagueona me dijo a mi, la pepona del circuit five que el que no se mete es cómplice.
    O sea, le hace el caldo gordo a los malandrines y badulaques que hay pa hacer dulce de mamón, vea.

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